domingo, 13 de marzo de 2016

PARQUE NACIONAL TORRES DEL PAINE




Puerto Natales

2 de febrero.
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A las 11 de la mañana salimos hacia Puerto Natales, punto obligado de paso para acceder a las Torres del Paine. Son 250 Km. de una carretera que se anuncia en las guías como asfaltada, pero para nuestro asombro solo lo está la mitad de la calzada en toda su longitud. Y así ocurre que, al correspondernos en el sentido de la marcha la parte no asfaltada y haber poco tráfico, nuestro chófer circula por la calzada contraria. Cuando ve venir a alguien, rápidamente a la tierra, y como vamos a 70/80 Km./hora, y en el cambio de firme hay un escalón, los bandazos y derrapes son preocupantes, hasta que nos convencemos de que el coche tiene buena estabilidad y el conductor buenos reflejos. A partir de ahí, hasta lo encontramos divertido.
 Llegamos casi cuatro horas después a Puerto Natales, ciudad que se advierte en expansión. Si se exceptúa un núcleo reducido, en el que las casas están unidas sobre calles no muy anchas, el resto son calles amplias y jardines, con edificios aislados, muchos solares vacíos, y en algunos, alguna casita de madera que pregona su provisionalidad.
Luce el sol, pero con un color plomizo, y hace un frío intenso. Compramos pan, unas latas de conservas, y unas cervezas, y hacemos unos bocadillos que tomamos recostados contra una pared que nos resguarda del frío viento. Nuestra economía no está para más, hemos hecho arqueo y hay que reducir gastos en los días que nos quedan.

Manolo y yo nos enteramos de que aquí hay excursiones organizadas de tres días para ir a visitar el glaciar Perito Moreno, y decidimos ir. Nuestro gozo en un pozo, ya que no hay plazas disponibles hasta el domingo día 6, y nosotros hemos de volver a Punta Arenas, lo más tarde el día 8, según lo convenido con la empresa a la que alquilamos el bus. Nos resignamos, pero con el ánimo predispuesto para volver de nuevo a Chile y Argentina y seguir visitando estas maravillosas y asombrosas tierras.

Cueva del Milodón

Reanudamos viaje y nos vamos a visitar la cueva del Milodón, una de las ofertas turísticas de la zona, y que nos coge de paso hacia el Paine. Hay que pagar para verla, y no merece la pena. Es lo que queda de lo que debió ser una gran oquedad y hoy es una enorme depresión delante de la cueva y por debajo de ella. La cueva en si debe tener unos 100 m. de largo, unos 15 o 20 de altura y unos 30 de anchura con un aspecto sucio y polvoriento en su interior. En la boca de la cueva una especie de gorila disecado, o prefabricado, de más de 2 m. de altura, el Milodón.

Jaume, Vicen, Manolo y Toni.

Lo mejor de todo los alrededores, cubiertos de una densa vegetación de lengas y ñires, y bajo los que acampamos para pasar la noche. Hacemos una fogata, está permitido, y a su alrededor tomamos nuestra cena: Media barra de pan y media lata de atún. Tenemos una lata grande por persona para cenar y desayunar, por lo que nos emparejamos para abrir solo una en cada comida. La grata tertulia alrededor del fuego se prolonga sin sentir hasta muy tarde. Son las dos de la madrugada cuando nos metemos en nuestros sacos.

Junto a la hoguera, Mateo, JaumeMiquel, el notario, el capitán, Toni, Sebas y Manolo
3 de febrero
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Manolo y yo, que dormimos en la misma tienda nos levantamos al amanecer. Casi todo el mundo duerme, y nosotros aprovechamos para subir a la parte superior de la falla desde la que disfrutamos de unas preciosas vistas. Al fondo una cadena de montañas nevadas, debe ser el macizo del Paine, y bajo nosotros un mar verde formado por las copas de los árboles bajo los cuales estamos acampados.
Bajamos a desayunar nuestra media lata de atún. La gente sigue durmiendo, aunque no todos. Alguien - lo dejaremos en el anonimato -, sin advertir nuestra presencia, ha cogido una lata entera de atún, se va tras unos arbustos y agachado, como si estuviera cagando, - ¡ y la verdad es que con su acción " la está cagando "! -, precipitadamente la engulle. Nos quedamos boquiabiertos y decepcionados por la acción del que consideramos un compañero, y le dedicamos sotto voce algunos epítetos, aunque acordamos no decir nada a nadie.
Levantamos el campamento y continuamos viaje hasta Cerro Castillo - otros 60 Km. de camino ripiado. Y polvoriento, podríamos añadir -. El poblado de C. Castillo es la cabecera del municipio de Torres del Paine, surgido en torno a una gran estancia, la de Tierra del Fuego, de la que conserva su estructura, con grandes cercados y galpones. Hay oficina de correos y teléfonos. Está a muy pocos metros del paso fronterizo con Argentina llamado Rio D. Guillermo.
Y de pronto surge la desagradable sorpresa de algo que nos impedirá hacer nuestro proyectado sendero en el Paine: El conductor del bus habla con su patrona, y esta le ordena que vuelva inmediatamente a Punta Arenas. Así nos enteramos que el bus no es de la Agencia con la que contratamos, sino subcontratado por ésta para nosotros. Y al parecer no le han pagado a la dueña del bus.
Perdemos la mañana tratando de convencer a la propietaria del vehículo de que nosotros somos ajenos a ello y que si hemos pagado religiosamente lo convenido. Pero ni súplicas, ni amenazas, ni denuncias - la hacemos en el puesto de la gendarmeria inmediato -, consiguen modificar la decisión de aquella. Únicamente accede a volvernos a Punta Arenas, ya que en principio pensaba dejarnos en Cerro Castillo.

Y entretanto, Juanan ha aprovechado para ir al médico, ya que tiene las almorranas " alborotadas " a pesar de los cuidados de Toni. Vemos unos gauchos galopar con seguridad y habilidad. Un espectáculo real inédito, que solo conocíamos en el cine. Y los nativos, y nosotros, vemos otro espectáculo: El Notario, sentado en un ribazo practicando yoga, con las piernas cruzadas y los brazos extendidos, con los puños cerrados y los pulgares extendidos hacia arriba.

Final del viaje al Paine, la entrada.



Comemos unos escuálidos y caros bocadillos en la cantina del lugar, y subimos al bus resignados a volver. El chófer, por su cuenta, nos lleva hasta la entrada al Parque Nacional de las Torres del Paine, declarado por la Unesco en 1.978, reserva de la Biosfera. Cruzamos un puente, el de Las Máscaras, sobre el río Las Chinas, y al remontar unas lomas vemos a nuestros pies el lago Toro. Bordeamos el lago Sarmiento a continuación, y llegamos a uno de los controles del Parque, el de Laguna Amarga, donde nos hacemos unas fotos. Pero hasta el tiempo se ha puesto en nuestra contra: llueve. No llueve como casi todos los días, sino que diluvia. Y así volvemos a P. Arenas, en una tarde en que parece que el tiempo se haya querido unir a nosotros, poniéndose más triste y gris que nuestro ánimo. ¡ Y menos mal que nos toca la parte asfaltada de la carretera !.
El chófer da muestras de cansancio y Juanan le dice que pare en un bar de la carretera. En el interior hay unos madereros - tienen los camiones aparcados en el exterior cargados con enormes troncos - tomando una copa. Uno de ellos al oírnos hablar e identificarnos como españoles, se dirige a nosotros diciéndonos que tiene familia en España. Al preguntarle que donde, dice: En un pueblecito que quizás no hayan oído nombrar, Pliego. Pliego de Murcia ?, le pregunto.
- Si. ¿ Lo conoce ?.
- Bastante. Soy de Murcia, y tuve en Pliego un tío sacerdote, con el que pasaba los veranos. ¿ Y quien es su familia ?
- Francisco Toral....
- Lara, le digo antes de que pueda terminar.
Y su asombro no tiene parangón. Entonces le explico que conocía a todos los hermanos, y que solía jugar con los menores, que eran de mi edad, ya que éramos vecinos. Vivían frente a mi tío, en la misma calle. Le doy mi nombre y me entrega el suyo y dirección para que se la dé a su familia, ¡El mundo es un pañuelo!, Si me asombraba de estar pisando el Estrecho de Magallanes, no es menor mi asombro al encontrar en el otro extremo del mundo a alguien vinculado con amigos de un pequeño pueblecito de la geografía española.
Aprovechando un viaje a Pliego a recordar viejos tiempos, unos meses después de finalizado el viaje, entregué a Paco Toral los datos de su familia y le conté las circunstancias de nuestro encuentro.
Volvemos a la carretera y llegamos a Punta Arenas a media noche, cansados y disgustados, pero con el firme propósito de " remover cielo y tierra " para reivindicar nuestros intereses.

lunes, 7 de marzo de 2016

EN LA PATAGONIA

En Puerto Hambre

1 de febrero
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La noticia de la actuación del Notario hace dos noches, cantando en un restaurante, ha transcendido, porque al bajar a desayunar, viene a saludarnos la, hasta ahora distante, dueña del hostal. Quiere conocer a Juanito el Romántico, " ya que le han dicho unas amigas que canta muy bien, mejor incluso que el que actuaba esa noche ". Afortunadamente no oye los " bufidos " que suelta Manolo, y todo termina felizmente. ¡ Ah!, y con la promesa del Notario de que " si actúa otra noche " le avisará para que vaya a oírlo.
Concretadas las gestiones de vehículo, un pequeño autobús suficiente para todos nosotros y equipo y avituallamiento para ocho días en el macizo del Paine, aprovechamos la tarde para visitar Fuerte Bulnes y Puerto del Hambre.
Es un recorrido no muy largo, 60 Km., pero que se hace pesado por las condiciones del camino. A tramos de grava - lo que ellos llaman camino ripiado -, y a tramos de tierra o finísima arena que el coche levanta convirtiendo en una nube de polvo tras de si, aunque no tanto como para evitar que parte de ella penetre dentro del autobús y nos cubra ropas y mucosas. Y por si fuera poco, en todo el recorrido hay dos profundas rodadas  que hacen que el coche se balancee lateralmente poniendo a prueba nuestros estómagos.
La historia de Puerto del Hambre es la de una de tantas tragedias que debieron ocurrir en la época de la Colonización española.
El Rey Felipe II nombra a Pedro Sarmiento de Gamboa, que había recorrido el Estrecho de Magallanes en 1.579 y había fortificado la Primera Angostura para controlar el paso de piratas como Drake, Capitán General del Estrecho y envía una armada al mando de D. Diego Flores que llega maltrecha en 1.584. Faltan alimentos y tienen que enfrentarse con una tierra inhóspita y los rigores del clima. Sarmiento de Gamboa funda dos ciudades que llama Nombre de Jesús y Rey D. Felipe, refundiéndose en una sola, la segunda, por las carencias de todo tipo.
En Fuerte Bulnes.

Las desventuras se ceban en Sarmiento y consecuentemente en la colonia: Un golpe de mar arrastra a la nave María cuando Sarmiento estaba a bordo. Consigue arribar a Brasil, pide ayuda y envía dos expediciones que no llegan a destino. Viaja a España en 1.585 para informar al Rey y pedir mas ayudas, pero es apresado por corsarios. Consigue llegar a España en 1.590, viejo, cansado, y nadie le escucha. Entretanto, en Rey D. Felipe, la población ha ido muriendo de hambre y enfermedades. En 1.587, una escuadrilla corsaria, al mando de un tal Cavendish, llega al lugar y encuentra los cadáveres de los habitantes acostados vestidos en el interior de las casas. Le impresiona tanto la escena, que bautiza a la ciudad como Puerto del Hambre, con el que ha pasado a la posteridad. Solo encontró un superviviente, Tomé Hernández, al que recogió.
Seguimos nuestro recorrido y arribamos a Fuerte Bulnes, reproducción del fortín donde Chile, después de su independencia, estableció el primer poblado en la elevación Punta Santa Ana, al tomar posesión del estrecho y tierras aledañas en 1.843.
En las pingüineras.

Abandonamos aquellos lugares y nos dirigimos a ver una colonia de pingüinos en el Seno Otway, a unos 70 Km. al norte de P. Arenas. Marchamos por caminos de tierra, salvando loma tras loma en interminables toboganes hasta llegar a lo que llaman pingüienera, que es una colonia de unos 3.000 pingüinos, a la orilla del mar. Es casi de noche, y hace mucho frio, pero los podemos observar estupendamente. Vemos como pasean por parejas junto a sus nidos, que son hoyos en la tierra con dos cavidades, la de acceso, y una segunda separada de la primera por un cambio en la dirección del agujero. En la playa, al borde de un mar alborotado y de un frio color gris, hay una gran cantidad de ellos formando una masa compacta que se desplaza hacia uno y otro lado, como si paseasen por la orilla. Regresamos a P. Arenas. Son las 22 horas y aún queda un poco de luz diurna. Los crepúsculos son largos. Llovizna, como casi todas las tardes. El día dura ahora unas 18 horas, desde las 4'30 hasta las 22'30 aproximadamente.
Volvemos al Estribo a cenar. Tardan mucho en servirnos, creo que no están acostumbrados a atender grupos tan numerosos. Estoy sentado entre El Notario y El Capitán. De pronto, éste dice a Juanan que está sentado frente a él: " Juanan, estic maretjat ". Y empieza a devolver como yo no había visto jamás. Tal como está sentado, con el cuerpo vertical, sale de su boca un prolongado chorro de líquido color vino, con una fuerza tal que, en perfecta parábola llega hasta el otro lado de la mesa e impacta en el pecho de Juanan. El vómito se repite dos veces más, mientras los demás, que nos habíamos quedado inmovilizados de asombro en la primera andanada, nos apartamos como podemos y sin saber bien qué hacer.
El pobre camarero que nos atiende, se apresura a coger un mantel de la mesa más próxima y a ponerlo como mamparo entre el vómito y los comensales que hay en otras mesas. Otros camareros traen manteles que van echando sobre mesas y suelo para cubrir lo devuelto.

Como es lógico, la cena ha terminado. Pedimos disculpas, pagamos, y salimos del local cariacontecidos. Aunque después, y mientras vamos hacia el hostal, y una vez pasada la tensión del momento, las carcajadas acompañan a los sabrosos comentarios sobre lo acontecido.