jueves, 11 de agosto de 2016

CIUDAD DEL ESTE


10 de febrero

Una vez en Brasil, la carretera hasta Foz de Iguazú discurre entre una gran masa arbórea de un verde intenso y brillante, y sobre las 10 horas estamos en una gran explanada que bordea la falla de las cataratas. Es un inmenso parque con muchos andenes entre la espesa arboleda, en la que revolotean muchas mariposas con una llamativa policromía en sus alas. Y también unos simpáticos coatíes que, familiarizados con las personas, se dejan acariciar mientras esperan cualquier golosina. Han aprendido a cogerlas de bolsillos o equipajes. Jaume Miquel lleva una pequeña mochila que deja un momento en el suelo, pero lo suficiente para que una graciosa familia de ellos -uno grande y varios pequeñitos- metan sus zarpas en los bolsillos de aquella y se lleven unas barritas de chocolate, desapareciendo raudos entre la espesura.
    
El estruendo de las cataratas llega a donde estamos sobreponiéndose a la algarabía que producen motores, radios y personas. Empezamos a bajar expectantes, por los senderos y pasarelas que serpenteando descienden hasta el pie de aquellas. Ya el sendero te cautiva con sus túneles y puentes entre la exuberante vegetación, que por otra parte, quita la sensación de vértigo, pues descendemos por una pared casi vertical. En algunas curvas del sendero hay miradores desde los que tenemos ya vistas parciales de este prodigio de la naturaleza que es Iguazú. 
    
Las cataratas fueron descubiertas por un español, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en el año 1.541. Su informe a la Corona decía: ".....la corriente del Iguazú era tan fuerte que las canoas fueron arrastradas violentamente río abajo, pues cerca de este punto hay una cascada considerable, y el ruido que hace el agua al descender por algunas rocas grandes hacia el abismo, puede ser escuchado a gran distancia, y el vapor sube dos lanzas de alto y aún mas, cerca del salto. Fue necesario, por lo tanto, sacar las canoas del agua y cargarlas a mano hasta pasar la catarata, a una legua con ardua labor......  . La descripción revela el admirable espíritu de aquellos hombres. Ni una mínima concesión a la belleza, grandiosidad, etc.. Solo la aséptica descripción de la dificultad.
    
Es evidente que los indígenas guaraníes y sus antepasados las habrían conocido durante milenios, con leyenda incluida. Según ésta, el origen de las cataratas tuvo lugar cuando un guerrero indio, Caroba, se escapó por el río en una canoa con una bella joven india, Naipur. De esta joven estaba enamorado el dios de La Selva, que montando en cólera hizo que se hundiera el lecho del río delante de ellos produciendo una cascada por la que cayó Naipur, que quedó convertida en una roca al pie de la misma, mientras a Caroba lo convirtió en árbol antes de caer, y desde arriba mira eternamente a su amada.
    

Los orígenes geológicos son menos apasionados. El lecho del río Iguazú es basáltico, y en el punto donde el río de lava se detuvo durante las conmociones geológicas del secundario, formó un brusco escalón de más de 70 m. de altura, por el que se desploman las aguas del río Iguazú, afluente del Paraná. Entre 2.000 y 5.000 metros cúbicos por segundo caen por numerosas cascadas, formando el conjunto las famosas cataratas del mismo nombre, de más de 2.000 m. de anchura.


Cuando llegamos abajo, al borde del río, y vemos el conjunto de cataratas, nos quedamos mudos, nadie habla, todos absortos intentando captar la inmensidad del espectáculo que nos brinda la naturaleza. Es indescriptible, o por lo menos yo me siento incapaz de expresar palabra, frase o párrafo que refleje lo que veo. Me siento muy pequeño ante tal grandiosidad.
    
Nos dirigimos a las pasarelas que hay instaladas sobre el lecho del río y que permiten acercarnos a diversas cascadas. Nos envuelve una nube de agua pulverizada que se va haciendo más densa cuanto más nos acercamos al fondo de la pasarela. Desde el final de ésta podemos oír el sobrecogedor rugido de la Garganta del Diablo, pero solo ver su parte superior. Hacemos fotos y volvemos a la orilla. Mientras el Grupo curiosea, vuelvo otra vez al final de la pasarela, prendido en la inmensidad de lo que veo por primera y quizás por única vez. Allí estoy, inmóvil, insensible al agua pulverizada que me va calando. Como dice el poeta, "mudo, absorto y .....-casi- de rodillas, porque allí se siente la presencia de Dios. Hasta que me llaman, porque hemos de marcharnos. Volvemos al parque en el ascensor. Desde la terraza de salida del mismo volvemos a admirar las cataratas en toda su extensión y grandiosidad, así como al pie del ascensor hemos podido "casi tocar" la cascada más próxima a él.

Volvemos a los coches y nos vamos al complejo hidroeléctrico de Itaipú. Cuando llegamos, lo que vemos es un inmenso mar cuyos límites se pierden de vista: Es el embalse de Itaipú, mar artificial de 1.350 Km. cuadrados de superficie y 220 m. de profundidad máxima, sobre el río Paraná. Esta a su nivel máximo de embalse, tirando agua por los aliviaderos. La Central hidroeléctrica es del tipo de pie de presa, con 18 grupos generadores de ¿ 700 ? MVA. La tensión de generación es de 18 KV., y transportan a 545 KV.

    
Al construir el embalse, dentro de la zona inundada desaparecieron las cataratas de Sete Quedas, más grandes y espectaculares que las de Iguazú. Las referencias que tengo de ello provienen de una enciclopedia antigua, y dice que " eran las mas grandes del mundo en función de su caudal, 13.300 m. cúbicos por segundo, sitas sobre el río Paraná, en Brasil, y de 40 m. de altura. Siempre en función del caudal, coloca las de Niágara en tercer lugar, y en sexto las de Iguazú  con 1.750 m. cúbicos de caudal y 72 m. de altura ".
    
Nos llevan a una sala de proyecciones, donde vemos un interesante documental de la C. H.. Durante la proyección, nos habíamos sentado en distintas filas. De pronto, en las filas inmediatamente delante de nuestro grupo, la gente empieza a levantarse haciendo expresivos gestos, y casi simultáneamente nos llega a los de atrás un denso y nauseabundo olor. Alguno de los nuestros se ha pegado una "bufa" que huele a cieno, pero el que sea no se mueve, y los demás, por solidaridad, tampoco, y reímos con gana, aunque también sentimos un poco de vergüenza.
    
Al terminar la proyección nos llevan en autobús a una explanada encima de los aliviaderos. El volumen de agua que vierte es tal y con tal velocidad, que en vez de deslizarse, se eleva sobre el final del aliviadero describiendo una gran parábola en la que juega la luz del sol produciendo múltiples y cambiantes iridiscencias, cayendo luego al vacío en un atronador estruendo. Nuevamente en el autobús, nos pasean por la coronación de la presa y por el pie de ella, donde vemos las dieciocho enormes tuberías que alimentan a las turbinas.
     

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