miércoles, 24 de agosto de 2016

LLEGAMOS A CASA.


Desde las 23 horas de ayer, hasta las tres de la madrugada de hoy, en que nos disponemos a subir al bus, la espera se ha hecho muy larga. Hemos dado cabezadas, leído, y cuando ha pasado la tormenta, paseado por los andenes, disfrutando de un hermoso cielo estrellado. Subimos al bus, que es como el que nos trajo, y nos quedamos dormidos hasta que es de día, ya en las afueras de Asunción. En autobuses urbanos, ya no tenemos ni para taxis, llegamos hasta el mismo aeropuerto. Entretenemos la espera hasta la salida del vuelo mirando tiendas y viendo, desde una terraza, el despegue y aterrizaje de aviones y avionetas. Hay un gran movimiento de estas últimas.
    
Retiramos de consigna nuestro equipaje, sacamos de él ropa adecuada para el frío de Madrid, y facturamos. En la aduana hemos de pasar un control antidroga. Un simpático cocker olisquea todo nuestro equipo de mano. Pasamos a la sala de espera, y poco después embarcamos en un limpio avión de la Varig brasileña, que es la que se hizo cargo de nuestros billetes al quebrar LAP. Despega puntualmente, a las 14'45. Volamos entre nubes tormentosas y cielos limpios. En los claros, vemos allá abajo verdes tierras y grandes ríos serpenteando en la llanura. Hacemos escala en Foz de Iguazú, aterrizando a las 15'30 en medio de una gran tormenta que zarandea al avión de lo lindo, mientras algunos parece que quieren arrancar los brazos de sus asientos.
    
Despegamos a las 16'20. En este tiempo ha pasado la tormenta, y abajo, lejos, se localizan las cataratas por la nube de agua pulverizada de la Garganta del Diablo, las "dos lanzas de alto de Cabeza de Vaca".
    
Volamos hacia Sao Paulo, inmensa ciudad que sobrevolamos a baja altura durante bastante tiempo, lo que nos permite apreciar la variedad de edificación sobre un terreno muy ondulado: de chalets a rascacielos, de chabolas a lujosas mansiones. Aterrizamos a las 17'45. Transbordamos a un enorme avión que va a Londres, con escala en Río de Janeiro, donde desembarcamos. Desde aquí volaremos directamente a Madrid.
    
Entretenemos la espera paseando por las inmensas salas de este gran aeropuerto, y nos divertimos viendo al Notario hacer yoga. Del divertimento participan el resto de pasajeros de la sala, ya que hay una posición en la que se coloca cabeza abajo con brazos y piernas en cruz. E impasible a los comentarios más o menos cáusticos.
    
Por fin embarcamos en otro enorme avión, el de la vuelta a España. En estos grandes aviones apenas se advierte el momento de despegue ó aterrizaje. Notamos que nos movemos, pero yo advierto que estamos en el aire, cuando veo por la ventanilla las luces del aeropuerto y ciudad alejándose rápidamente allá abajo.
    

Y empezamos a constatar la suerte que hemos tenido al volar con la Varig. La cena magnífica, el personal, todo, no solo las preciosas azafatas, atento y agradable, y los asientos amplios y con la suficiente separación entre filas para poderlos abatir y dormir bien. Esta noche no hay güisquis ni tertulia. Estamos cansados y poco después de cenar nos acomodamos para dormir.
Me despierta la luz del día y el trasiego a los aseos, mientras las azafatas nos preparan un suculento desayuno servido con tanta amabilidad como la cena de anoche.
    
Nos acercamos a Madrid. A las 11'25 aterrizamos tan suavemente como despegamos, y tras los trámites aduaneros nos encontramos con Agustín, el primo de Juanan, que nos espera, no sé si con el mismo bus, pero si con el mismo chofer, que nos mira intrigado y nos pregunta que nos ha pasado. - Nada, ¿por qué?. -Porque estáis muy delgados. Agustín asiente con la cabeza.
    
Nos llevan a Chamartín, donde están los padres de Jaumet esperando. Pasan un rato con nosotros hablando del viaje y se marchan muy contentos con su hijo. ¡Quien me iba a decir que era la última vez que los vería!. Poco tiempo después morirían, los padres, en un trágico accidente de coche entre Altea y Calpe.
    
Tenemos hambre, pero hemos de administrarnos bien para poder tomar todos un bocadillo. O mejor dicho, casi todos, ya que hay alguno al que hay que poner coto, porque teniendo dinero, está dispuesto a comer, pero no a pagar.


    
A las 16 horas salimos en Talgo hacia Alicante. El viaje se hace interminable. Todos estamos impacientes por llegar. Por fin, unas cuatro horas después, llegamos, y bajamos rápidamente para encontrarnos con la familia. A mí ha venido a recogerme Pedro Nimes. Como no tengo ningún familiar a quien abrazar, ello me permite observar los encuentros de mis compañeros con los suyos. Abrazos, besos, y lágrimas de alegría, pero sobre ese denominador común, me quedan grabados dos flases: Uno es Laura, la mujer de Manolo, corriendo con los brazos abiertos hacia su marido, ciega para todo lo que no sea él, al que, como no le gusta parecer efusivo, avanza impasible hacia ella. El otro es Toni, andando con Alicia y su hija Sara cogidas a su cintura, y en sus hombros, a horcajadas, la pequeña Marta, que con una expresión de orgullo y alegría a la vez, acaricia la cabeza de su padre.
    
Cojo mi equipo y digo adiós a todos, aunque nadie se da cuenta de nada, absortos en sus afectos. Y con Pedro llego a casa un rato después. Sole se abraza a mi y reclina su cabeza en mi pecho.

Fin del relato de Mateo Pérez Aranda

El equipo por edad

Mateo
Manolo
Juan
Jaume Miquel
Andrés
Juanan
Jesús
Toni

Vicen
Miguel Angel
Sebas
Jaume
Jaimito

Este recorte de prensa fue el final de un viaje que hizo grandes amigos a gente que no se conocía apenas y fortaleció las amistades que ya existían, a todos nos cambió algo en nuestro interior este viaje que nos hacía fuertes y frágiles, alegres, tristes, nostálgicos, emocionados, eufóricos, pero siempre sabiendo que a tu lado tenías a alguien, que en los momentos difíciles, era capaz de dejar todo por ti.
Juanan.


martes, 16 de agosto de 2016

CIUDAD DEL ESTE (2)


Sobre las 16 horas volvemos a Ciudad del Este. Buscamos donde comer y nos encontramos con la sorpresa de que los restaurantes están cerrados. Nos explican que aquí la gente sale a cenar, pero no a comer, por lo que cierran al mediodía. En un asadero de pollos, y sobre unas sucias mesas, nos comemos unos cuantos, acompañados de la única bebida, cerveza.

Lo que si hay es mate, infusión típica de estos países, que tomamos en la no menos típica matera, que pasa de mano en mano, para que sorbamos la infusión, a través de una boquilla común para todos, que llaman pipa. Es un ritual muy extendido en Paraguay, sur de Brasil, Uruguay, y Argentina. Si te ofrecen tomarlo, no debes rehusar, ya que es un signo de amistad, de que te aceptan. A nuestro alrededor hay varias mesas con grupos de gentes que toman el mate, con el ritual descrito, mientras charlan y ríen.
    
Damos un larguísimo paseo hasta la Zona Franca, cerca del Puente de la Amistad, y esto ya parece una ciudad, tanto por la abundante edificación como por la entidad de ellos. Los bajos de los edificios son comerciales, y se advierte una gran actividad, con gentes de todas las razas. El Capitán aprovecha para negociar unos terrenos. Manolo dice que volverá diciendo que ha comprado " medio Paraguay ".
    
Hacemos tiempo deambulando sin rumbo, y volvemos a las proximidades de la Estación de Buses. En un parque próximo, nos tumbamos, cansados, bajo la sombra de los arboles, y dormitamos relajados hasta que al oscurecer, los mosquitos nos desalojan con sus zumbidos y picotazos.

   

Manolo y algunos más se van a ver un partido internacional entre las selecciones de Paraguay y Brasil. El Campo, junto a la Estación, es peor que los nuestros de regional. Una grada de cuatro o cinco escalones en un lateral y porterías. El otro lateral es una cerca de espino por donde "se cuela" la gente, y permite ver desde fuera el juego en el centro del campo.
    
Cenamos el mismo sitio que anoche. Tomo una tortilla con verduras muy buena. Me sorprende que la llamen con el galicismo ommelette en un país netamente hispano. Supongo es por snobismo.
    

Mientras cenamos se acerca una tormenta impresionante por la frecuencia e intensidad de rayos, relámpagos y truenos. Cuando se sitúa encima de nosotros, llueve con tal fuerza que el techo de paja no puede evacuar el agua, que se filtra, produciendo abundantes goteras que nos obligan a desplazarnos hacia el centro, donde terminamos de cenar como podemos. Esperamos a que deje de llover, y como la tormenta sigue cercana, decidimos irnos a la Estación, aunque faltan varias horas para que salga nuestro bus de vuelta a Asunción. Y acertamos, porque poco después vuelve a llover. ¡Y de que forma!. Agua y granizo golpean con fuerza sobre el techo metálico, y hay una parte, donde están varias filas de asientos, en la que cae el agua como si no existiera aquel, formándose grandes charcos. Los truenos se suman al estruendo del granizo, haciendo vibrar los cristales, y vemos caer varios rayos muy cerca.


Nos vamos acomodando en el suelo en las zonas sin goteras - la zona de butacas es un lago -, dispuestos a la larga espera. La cafetería no tiene casi nada, y nosotros no tenemos casi dinero, así que estamos divorciados. 

jueves, 11 de agosto de 2016

CIUDAD DEL ESTE


10 de febrero

Una vez en Brasil, la carretera hasta Foz de Iguazú discurre entre una gran masa arbórea de un verde intenso y brillante, y sobre las 10 horas estamos en una gran explanada que bordea la falla de las cataratas. Es un inmenso parque con muchos andenes entre la espesa arboleda, en la que revolotean muchas mariposas con una llamativa policromía en sus alas. Y también unos simpáticos coatíes que, familiarizados con las personas, se dejan acariciar mientras esperan cualquier golosina. Han aprendido a cogerlas de bolsillos o equipajes. Jaume Miquel lleva una pequeña mochila que deja un momento en el suelo, pero lo suficiente para que una graciosa familia de ellos -uno grande y varios pequeñitos- metan sus zarpas en los bolsillos de aquella y se lleven unas barritas de chocolate, desapareciendo raudos entre la espesura.
    
El estruendo de las cataratas llega a donde estamos sobreponiéndose a la algarabía que producen motores, radios y personas. Empezamos a bajar expectantes, por los senderos y pasarelas que serpenteando descienden hasta el pie de aquellas. Ya el sendero te cautiva con sus túneles y puentes entre la exuberante vegetación, que por otra parte, quita la sensación de vértigo, pues descendemos por una pared casi vertical. En algunas curvas del sendero hay miradores desde los que tenemos ya vistas parciales de este prodigio de la naturaleza que es Iguazú. 
    
Las cataratas fueron descubiertas por un español, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en el año 1.541. Su informe a la Corona decía: ".....la corriente del Iguazú era tan fuerte que las canoas fueron arrastradas violentamente río abajo, pues cerca de este punto hay una cascada considerable, y el ruido que hace el agua al descender por algunas rocas grandes hacia el abismo, puede ser escuchado a gran distancia, y el vapor sube dos lanzas de alto y aún mas, cerca del salto. Fue necesario, por lo tanto, sacar las canoas del agua y cargarlas a mano hasta pasar la catarata, a una legua con ardua labor......  . La descripción revela el admirable espíritu de aquellos hombres. Ni una mínima concesión a la belleza, grandiosidad, etc.. Solo la aséptica descripción de la dificultad.
    
Es evidente que los indígenas guaraníes y sus antepasados las habrían conocido durante milenios, con leyenda incluida. Según ésta, el origen de las cataratas tuvo lugar cuando un guerrero indio, Caroba, se escapó por el río en una canoa con una bella joven india, Naipur. De esta joven estaba enamorado el dios de La Selva, que montando en cólera hizo que se hundiera el lecho del río delante de ellos produciendo una cascada por la que cayó Naipur, que quedó convertida en una roca al pie de la misma, mientras a Caroba lo convirtió en árbol antes de caer, y desde arriba mira eternamente a su amada.
    

Los orígenes geológicos son menos apasionados. El lecho del río Iguazú es basáltico, y en el punto donde el río de lava se detuvo durante las conmociones geológicas del secundario, formó un brusco escalón de más de 70 m. de altura, por el que se desploman las aguas del río Iguazú, afluente del Paraná. Entre 2.000 y 5.000 metros cúbicos por segundo caen por numerosas cascadas, formando el conjunto las famosas cataratas del mismo nombre, de más de 2.000 m. de anchura.


Cuando llegamos abajo, al borde del río, y vemos el conjunto de cataratas, nos quedamos mudos, nadie habla, todos absortos intentando captar la inmensidad del espectáculo que nos brinda la naturaleza. Es indescriptible, o por lo menos yo me siento incapaz de expresar palabra, frase o párrafo que refleje lo que veo. Me siento muy pequeño ante tal grandiosidad.
    
Nos dirigimos a las pasarelas que hay instaladas sobre el lecho del río y que permiten acercarnos a diversas cascadas. Nos envuelve una nube de agua pulverizada que se va haciendo más densa cuanto más nos acercamos al fondo de la pasarela. Desde el final de ésta podemos oír el sobrecogedor rugido de la Garganta del Diablo, pero solo ver su parte superior. Hacemos fotos y volvemos a la orilla. Mientras el Grupo curiosea, vuelvo otra vez al final de la pasarela, prendido en la inmensidad de lo que veo por primera y quizás por única vez. Allí estoy, inmóvil, insensible al agua pulverizada que me va calando. Como dice el poeta, "mudo, absorto y .....-casi- de rodillas, porque allí se siente la presencia de Dios. Hasta que me llaman, porque hemos de marcharnos. Volvemos al parque en el ascensor. Desde la terraza de salida del mismo volvemos a admirar las cataratas en toda su extensión y grandiosidad, así como al pie del ascensor hemos podido "casi tocar" la cascada más próxima a él.

Volvemos a los coches y nos vamos al complejo hidroeléctrico de Itaipú. Cuando llegamos, lo que vemos es un inmenso mar cuyos límites se pierden de vista: Es el embalse de Itaipú, mar artificial de 1.350 Km. cuadrados de superficie y 220 m. de profundidad máxima, sobre el río Paraná. Esta a su nivel máximo de embalse, tirando agua por los aliviaderos. La Central hidroeléctrica es del tipo de pie de presa, con 18 grupos generadores de ¿ 700 ? MVA. La tensión de generación es de 18 KV., y transportan a 545 KV.

    
Al construir el embalse, dentro de la zona inundada desaparecieron las cataratas de Sete Quedas, más grandes y espectaculares que las de Iguazú. Las referencias que tengo de ello provienen de una enciclopedia antigua, y dice que " eran las mas grandes del mundo en función de su caudal, 13.300 m. cúbicos por segundo, sitas sobre el río Paraná, en Brasil, y de 40 m. de altura. Siempre en función del caudal, coloca las de Niágara en tercer lugar, y en sexto las de Iguazú  con 1.750 m. cúbicos de caudal y 72 m. de altura ".
    
Nos llevan a una sala de proyecciones, donde vemos un interesante documental de la C. H.. Durante la proyección, nos habíamos sentado en distintas filas. De pronto, en las filas inmediatamente delante de nuestro grupo, la gente empieza a levantarse haciendo expresivos gestos, y casi simultáneamente nos llega a los de atrás un denso y nauseabundo olor. Alguno de los nuestros se ha pegado una "bufa" que huele a cieno, pero el que sea no se mueve, y los demás, por solidaridad, tampoco, y reímos con gana, aunque también sentimos un poco de vergüenza.
    
Al terminar la proyección nos llevan en autobús a una explanada encima de los aliviaderos. El volumen de agua que vierte es tal y con tal velocidad, que en vez de deslizarse, se eleva sobre el final del aliviadero describiendo una gran parábola en la que juega la luz del sol produciendo múltiples y cambiantes iridiscencias, cayendo luego al vacío en un atronador estruendo. Nuevamente en el autobús, nos pasean por la coronación de la presa y por el pie de ella, donde vemos las dieciocho enormes tuberías que alimentan a las turbinas.